La Costa Chica de Guerrero es una región llena de historias de lucha y procesos organizativos comunitarios desde hace muchísimas décadas. A los conflictos guerrilleros de los años 60, encabezados por Genaro Vásquez, se suman experiencias posteriores de organizaciones productoras de café, la Policía Comunitaria, junto con la Coordinadora Regional de Autoridades Comunitarias (crac), y más recientemente la Unión de Pueblos y Organizaciones del Estado de Guerrero (upoeg). Las mujeres han sido parte fundamental de estos movimientos, construyendo tanto dentro de las organizaciones mixtas como en sus propios espacios de reflexión y fortalecimiento. Destacan, entre otras, la red de promotoras de justicia y las coordinadoras regionales dentro de la Policía Comunitaria, la Casa de la Mujer Indígena Nellys Palomo (cami), las participantes en las mesas de trabajo de mujeres en los encuentros de la crac, y más recientemente la red de feministas comunitarias que tiene presencia en la Costa, la Montaña y la región Centro del estado de Guerrero.
Durante muchos años he trabajado en algunos municipios de la Costa Chica impulsando temas de salud sexual y reproductiva, género y derechos de las mujeres, e igualmente acompañando algunos procesos organizativos de parteras y promotoras de salud en la región, desde un doble lugar de activista y académica. Ello me ha permitido observar muchos de estos procesos locales en los cuales las mujeres Na Saavi, Me´phaa, Ñomndaá y las afromexicanas han estado vinculadas de manera activa, impulsando la participación de las mujeres en los espacios comunitarios tradicionales, siempre con mucha fuerza, pero al mismo tiempo enfrentando dificultades para abrir estas nuevas brechas.
En julio de 2018, mientras realizaba trabajo de campo en la Costa Chica-Montaña de Guerrero, una de las Me´phaa, integrante de la cami, organización con la cual estaba, me invitó a acompañarla a una reunión de las feministas comunitarias de Guerrero, que se realizaría en otro municipio cercano. La invitación me encantó, porque si bien había oído hablar mucho sobre “las del feminismo comunitario” como algunas veces son nombradas por las compañeras de la región, sólo una vez habíamos logrado coincidir, y tenía enorme curiosidad por conocer un poco más de ellas, pues varias de las compañeras líderes y promotoras de salud con quienes colaboro habían participado antes en diversos espacios organizados por este grupo de feministas.
A lo largo de los días que duró el encuentro sólo pudo ir aumentando mi profundo reconocimiento hacia el trabajo que realizan, y me asomé paulatinamente a la complejidad de sus historias en cada región. En la reconstrucción de sus rutas aparecían momentos de logros importantes que colectivamente habían tenido, espacios de fuerza cuando se juntaban cada cierto tiempo, momentos de tensión en los cuales habían experimentado cuestionamientos o abierto rechazo por parte de sus comunidades y de otros grupos de feministas; historias contadas a muchas voces sobre los materiales de difusión que habían producido para compartir su pensamiento. También emergían las voces de mujeres más jóvenes que eran sus propias hijas y narraban en sus palabras lo que para ellas estaba significando el feminismo comunitario. Todo ello se tejió durante dos días, colocando la palabra junto al mar, garantizando zonas de cuidado colectivo para los hijos e hijas pequeños que les acompañaban, propiciando espacios de cuidado entre sí por las noches, incluyendo el de la terapéutica risa.
Al regresar a nuestro lugar, después de finalizado el encuentro, conversamos con dos compañeras de la región de la Montaña que habían estado presentes respecto de lo que en su experiencia como mujeres indígenas de Guerrero significaba ser feministas comunitarias. En medio de un café mañanero lleno de muchas risas, se fueron tejiendo preguntas, respuestas y reflexiones conjuntas acerca de lo que ello significaba.
A continuación se presentan algunos fragmentos de ese diálogo entre dos mujeres Me´phaa, feministas comunitarias de la montaña de Guerrero, y una antropóloga feminista interesada en comprender mejor esta propuesta. Tranquilina Morales, promotora comunitaria de salud, integrante de la Casa de la Mujer Indígena Nellys Palomo, y actualmente estudiante de partería en la escuela de partería profesional de Tlapa, junto con María del Carmen Mejía, profesora desde hace varios años en una escuela primaria de la región, y ambas líderes locales, son las protagonistas de esta entrevista. No se trata de “las voceras” ni de una posición “oficial” sobre lo que es el feminismo comunitario, sino de lo que para ellas significa esta propuesta en sus vidas y cómo se relaciona con su propia identidad.
“Las mujeres somos la mitad de cada pueblo”
El feminismo comunitario es el trabajar con hombres y con mujeres, donde exista equidad, porque a veces nos equivocamos, a veces como mujeres decimos: “es que somos iguales”. No, con nadie somos iguales, y hay que ser equitativos, debe de haber equidad para poder ayudarnos, tanto hombres como mujeres ayudarnos. Porque a veces como mujeres nos quejamos y decimos: es que el hombre es maltratador, que el hombre golpea, que es violento; pero lo que a mí me gusta de aquí es que podemos ser equitativos y podemos ayudarnos hombres y mujeres. El feminismo comunitario es trabajar en equipo todos: hombres, mujeres, niños, adolescentes, y enseñarles a los niños no cómo tienen que ser, sino cómo tienen que hacer; que son cosas diferentes, porque cómo quieres hacer, pues la decisión está en ellos, pero nosotras vamos haciendo nuestra chambita de trabajar con ellos. El feminismo comunitario es trabajar en equipo, rescatar lo que tenemos, rescatar lo que nos han enseñado nuestras abuelas. Por ejemplo, como tlapanecas, tenemos muchas tradiciones; ya nadie usa nuestro vestuario, y eso es algo que yo quisiera: volver a usar nuestro vestido.
El feminismo comunitario es un espacio donde nos encontramos nosotras las mujeres y hablamos de lo que nosotras vivimos, o sea, es un espacio donde te desahogas, donde en realidad te escuchan y compartes sentimientos, compartes emociones, sientes. Por ejemplo, con otras mujeres que hemos participado me he dado cuenta que tenemos tantas cosas que no las podemos sacar en la casa, porque siempre estamos metidas en la casa, o tenemos otras cosas que hacer, pero nunca hablamos de que “mira, necesito esto”, “me siento mal”, “me está pasando esto”; entonces como que no hay esos espacios, y en este feminismo sí, porque nos escuchamos, hablamos de ¿Cómo estás?, ¿cómo está tu corazón?, ¿te sientes bien o qué está pasando?, y pues éste es un espacio de abrir nuestro sentir, de abrir nuestro corazón y saber que no estamos solas, porque somos de diferentes regiones y todas vivimos diferentes momentos, pero saber que existen otras compañeras y que salen adelante, eso te da ánimo también. “Ah, bueno, te está pasando eso, pero ánimo”; y cuando se va sabiendo eso te das cuenta que no sólo tú sufres y entonces puedes ver de otro modo: “ah entonces yo también le puedo echar ganas, porque hemos escuchado historias mucho más fuertes, y sí duele”. Para mí el feminismo comunitario es como hermanarnos, y siempre nos decimos “hermanas”; no es porque estamos en contra de los hombres, sino caminar juntos, ni más ni menos, sino caminar juntos hombro con hombro. Eso es el camino, porque siempre nos han dicho: “es que son feministas, feminazis”, así como un concepto malo, pero nosotras somos feministas comunitarias y no estamos en contra de los hombres, al contrario, debemos estar hermanadas con ellos, porque así es la razón de la vida, solas las mujeres, no; solos los hombres, tampoco, y así tanto ellos como nosotras tenemos que caminar hombro con hombro y enseñarles a los jóvenes, a los hijos, a los nietos, a los que vienen. Para mí eso es el feminismo comunitario, es un espacio de escuchar.